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sábado, 1 de febrero de 2014

Y AHORA, ¿A QUIEN VAMOS A ECHAR LA CULPA?

Columna de Opinión de la escritora Gladys Seppi Fernández

Y ahora, tiempo en que las aguas del río nacional bajan tan revueltas y oscuras; ahora en que los oportunistas sacan a la vista de todos y ya sin pudor sus redes para pescar lo que se despoja a otros; ahora y en el reinado del “sálvese quien pueda”, ¿a quién endilgar las culpas? ¿Sobre qué actos de quién poner las causas de los efectos que eran más que esperados, avisados, advertidos por los supuestos enemigos del gobierno?
La diputada Diana Conti, en respuesta a una preocupada periodista que le preguntaba por la intervención directa o no de la Presidenta en cada resolución gubernamental y específicamente en la última devaluación monetaria, destacó que: “Ya sea usando luto o color blanco, esté en la Casa Rosada o en su residencia particular, en este país toda disposición pasa por las manos y juicio de esta gran estadista que se llama Cristina Fernández de kitchner”.
Y así parece ser, Cristina está atrás de cada una de las multiplicadas y sorpresivas notificaciones que van cambiando el rumbo y valor de cada medida gubernamental, ella dispone todo, desde quien ha de manejar el ejército argentino a si se ha de mandar o no ayuda a Córdoba o la devaluación de la moneda. Todo. Cristina dispone, ella sola manda y determina sobre cada movimiento, cada medida más o menos atinada o desatinada.
Cristina no delega a pesar de que el manual básico de cualquier directivo de empresa, comercio, escuela, institución aconseja formar equipos, dialogar, nutrirse del saber específico de los demás. Y escucharlos. Y aprender de todos y cada uno. Sumar.
Pero Cristina lo sabe todo y esa “sapiencia” está conduciendo al país al caos.
La situación es realmente grave y las consecuencias las estamos pagando los ciudadanos, sobre todo los que menos tienen y se agrava aún más por la falta de respuestas, es decir por la falta de actores que den la cara responsablemente.
¿Quién responde? ¿Quién se hace cargo de las consecuencias de la improvisación, de la impericia, de la ausencia de un plan integral, de los
permanentes cambios de instrumentación, de la dilapidación de los dineros públicos, del vaciamiento del Banco Central, de la remarcación permanente de precios que aunque no se quiera llamar inflación es inflación y una de las más dañinas sufridas últimamente? ¿Quién llama a las cosas por su nombre?
¿Quién se hace cargo de la negación de la realidad, de la prepotencia, de las múltiples enemistades ganadas?
Por todos lados los síntomas estallan, llaman la atención clamorosamente y culminan en medidas que el común de las gentes no termina de entender aunque las sufra y que han provocado llamados de atención del mundo, del FMI, de numerosos gobiernos europeos. (Como puede leerse en los diarios internacionales).
Por todos lados y hacia toda dirección se siembran acusaciones. El espectro de fantasmales enemigos y conspiradores crece. Todos los demás mienten, todos conspiran, mientras la realidad se agita sin que se le conceda, aún en estas circunstancias de extrema peligrosidad de caer en el vacío, ninguna atención. Sin que la soberbia ceda.
Sin embargo a este desmadre lo venimos pagando todos.
¿Acaso no se ve, desde la altura del gobierno, que crece la presión social por el desajuste de salarios, precios y subsidios? ¿Acaso no se han sufrido saqueos aberrantes que denotan que el mismo pueblo está viciado por el “todo vale”, de manera que “vamos por todo”?
¿Acaso no debiera tomarse como un alarmante síntoma de absoluta desconfianza el hecho de que, en primer término, se necesite recurrir a una moneda extranjera fuerte como el dólar cuando se quiere ahorrar, a lo ahora que se suma que el 90% de los compradores de dólares haya dispuesto no dejarlos en los bancos?
Lo cierto es que en esta Argentina a la que muchos llaman “el país de la timba”, las pérdidas del Banco Central son extremadamente cuantiosas, el desequilibrio entre la balanza de pagos y los mercados cambiarios se agudiza, y el control de precios que se quiere aplicar es, como advirtió López Murphi, un remedio infantil “de querer matar un ejército de hormigas con un palito”.
El pueblo argentino no desea la destitución de nadie porque se ha aprendido que lo democráticamente maduro es que cada gobierno termine y rinda cuentas de su obrar. Los ciudadanos sólo pedimos responsabilidad de los actos, presencia, que quien gobierna se haga cargo.
Lo que por ahora se percibe es un continuo reparto de culpas: a los empresarios, a los comerciantes, a los jueces, a los medios de comunicación, a la clase media. Siempre a los otros. La lista es interminable, en tanto poco a poco van desapareciendo de escena los más altos funcionarios y haciendo mutis por el foro callan, se habla de otra cosa, no se asume. Se deja al pueblo huérfano.
Pero ahora la realidad se revuelve en forma de cataclismo y es entonces cuando la presidente llama a sus subordinados y les pide que den explicaciones a la gente. Pero, ¿no dicen que la obedecen sin pestañar? ¿No se advierte que ella es a un mismo tiempo la economista, el jefe de la policía, el juez, el fiscal al que se ha descalificado por no hacer las cosas como debe? ¿No es evidente que cumple todos y los más variados roles sin consultar a nadie porque ella siempre sabe qué hacer en cada ocasión y para cada problema nacional?
Sin embargo se sabe que es bueno y necesario delegar, ampliar la mirada, multiplicar las manos, los ojos, la inteligencia entre gente de confianza, gente que conoce lo suyo. ¡Y existen tantas mentes brillantes desaprovechadas en el país!
Como pueblo rogamos que cese el reparto de culpas y que quien debe asumirlas se haga cargo de los errores y se dedique a buscar, con humana humildad, las debidas enmiendas.
Gladys Seppi Fernández

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